Jalpan De Serra, Qro.
—¿Pa' donde van?
—¡A Jalpan!
—Amonos.
Teníamos hora y media esperando un ride hasta que una familia a bordo de una antigua camioneta se paró por nosotros. Contemplando con ojos como quien nunca ha visto en su vida, veía como se alejaban estos paisajes de mi. Veía letreros, "El lobo", "El aguacate", "Landa de matamoros" y sentía inmensa felicidad de estar haciendo lo que hacía. Creo que nunca podré narrar con exactitud la sensación que te provoca el viajar de ride. Dos horas después llegamos a Jalpan de Serra. Al bajar de la camioneta vimos muchas personas haciendo fila y me llamó la atención.
Estas asombrosas mujeres recorren cientos de kilómetros con el único afán de llegar al cerro del Tepeyac.
Nos acercamos y comenzamos a charlar con algunas peregrinas curiosas, pues al ver nuestras mochilas se preguntaban quienes eramos. Una de ellas escuchó lo que decíamos y como un gran gesto humano, se encargó de que nos dieran comida también a nosotros y botellas de agua para nuestro viaje. Eran en verdad unas señoras muy simpáticas, buena vibra y muuuy caminadoras.
Nos contaban que cruzaban las sierra para llegar a su destino y que caminaban de 30 a 40 kilómetros diarios. Salieron un día antes que los hombres, pues estos les daban un día de ventaja para llegar el mismo día juntos. Una ambulancia y uno que otro policía los acompañaban para cualquier emergencia. Platicamos lo más que pudimos con ellas pero al final se fueron... no sin antes tomarnos esta foto con las más introvertidas.
Acto seguido caminamos a la plaza principal y pudimos contemplar la belleza del lugar. Jalpan era el segundo pueblo mágico que visitábamos y se podía notar en lo cuidado que lo tenían. Ahora solo nos centrábamos en buscar un lugar para armar la casa de campaña y pasar la noche. Como el sol estaba a plomo, eran las 4 de la tarde y aún no había gastado un peso, se me hizo factible gastar unos $40 pesos en una michelada, así que fuimos al restaurante "Aguaje El moro".
Nos atendió el dueño y quitándonos la vergüenza (esa que te impide que las cosas se realicen) preguntamos si había un lugar en donde acampar. El dueño nos dio un par de lugares, pero no sonaba muy seguro. Después comentó que fuera de su casa había mucho pasto y podría ser un lugar idóneo para acampar. Dijo que si aceptábamos regresáramos a las 7 de la tarde, él nos llevaría a su casa. Ya teníamos donde dormir.
Sin ninguna preocupación pues, nos dedicamos a caminar por todo el centro del pueblo. Entramos a la iglesia que tenía un patio bello.
Hasta Ximena tuvo tiempo de posar para una foto y eso que no le gustan.
También disfrutamos de un pequeño concierto improvisado, pues resulta que unas jovencitas y un chico de música folclórica había llegado al pueblo y como estaban aburridas se pusieron a tocar en la plaza. Puedo decir que tocaban realmente bien y en sus caras se veía cuanto lo disfrutaban y la gente por igual.
A las 6:50 de la tarde llegamos a El moro. Alejandro, el dueño, nos llevó a su casa y nos acomodó enfrente de ella. Muy atento ademas, puesto que sacó una extensión enorme y nos proporcionó conexión eléctrica por si necesitábamos cargar nuestras cámaras o celulares. No necesitábamos nada más. A la mañana siguiente, nos levantó una de sus hijas y nos invitó que pasáramos a la casa para un desayuno. Café con Hot cakes era lo mejor para comenzar una mañana de aventuras. Terminando, como lo mínimo que un mochilero puede hacer siempre a manera de gratitud, lavamos los trastes.
Nos arreglamos pues para partir hacia "El puente de dios" lugar que nos había recomendado Alejandro y que era una belleza natural.
Como es usual, nos dijeron que tomáramos un taxi, que estaba demasiado lejos, pero como queríamos ahorrar ese dinero, lo hicimos a pie. A la salida del pueblo encontramos un riachuelo y un puente colgante que nos entretuvo por un buen rato. Solemos perder el tiempo con todo lo nuevo que vamos descubriendo en el camino.
Más adelante unas aguas increíbles que hacían de albercas naturales. Y unos kilómetros más adelante todavía, una presa muy bonita. En esta presa había una especie de parque acuático donde preguntamos si se podía acampar y cual era el precio... salimos con una sonrisa fingida al escuchar "100 pesos por persona".
Bastantes cansados y cerca de 8 kilómetros después (casi dos horas) una sorpresa se nos presentó en el camino. A mitad de camino y mirándonos de frente, una mantis religiosa. Cabe mencionar que nunca había uno de esos increíbles insectos tan de cerca. De nuevo, nos entretuvo un buen rato. Le tomamos muchas fotos sin molestarla y cuando ya nos íbamos, la apartamos del camino.
Un par de kilómetros más tarde llegamos a una calle. Sí, después de cruzar cerros, llegamos a una calle. Le preguntamos a una chica que iba pasando, donde quedaba el puente de dios;
—Nombreee, ya se pasarón...
—¿De verdad?
—Sí, era en donde está una piedrota, ahí bajan y está el nacimiento.
—Ijole... bueno, muchas gracias.
Volvimos, encontramos la dichosa piedrota y bajamos un pequeño cerro. El Puente de dios.
©Oscar Acevedo |
©Oscar Acevedo |
Ojala tuviéramos más fotos del lugar tan bonito, pero creo que aquella vez íbamos tan cansados y disfrutamos tanto del lugar que olvidamos tomar más fotografías. Como se suele decir "de los mejores lugares no hay fotos, no hubo tiempo de tomarlas". Solo agregaré que el agua estaba terriblemente fría y que no estaba tan hondo, por lo cual nos metimos a nadar y la pasamos realmente bien.
Volviendo al pueblo, llegamos de noche. Mis piernas temblaban al recordar los 20 kilómetros que me había hecho. Me merecía un premio ¿no? Un elote lo compensaría.
Antes de irnos a dormir, convencí a mi princesa mochilera y Oscar pudo tomarnos esta bonita foto. Parece Guanajuato pero no, es Jalpan de Serra, Querétaro.
Y esa noche acampando, con el cielo estrellado como testigo, perpetué el amor.
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