Punta de mita, Nayarit
A bordo de un camión que me cobró algo así como $16 pesos, pisaba por primera vez en mi vida Nayarit. Lo primero que llamó mi atención fueron los guias de tours que se agolpaban ante ti para ofrecerte una experiencia hacia las Islas marietas. La verdad es que antes de venir aquí, poco sabía de estas islas, sin embargo sabía que era un lugar único en el mundo.
No podíamos sacarnos a esas personas de encima. Nos lanzaban oferta tras oferta, cada vez más baratas tan solo para que aceptaramos. Pero para nosotros, como mochileros en ese momento, nos parecía un lujo que no podíamos darnos. Ir significaba derrochar lo que podría ser un mes entero de mochileo. De ninguna manera. Una vez librados de nuestros acosadores, la playa nos incitaba.
Punta de mita era más fresco que Vallarta y su playa, aunque notablemente más pequeña, me resultó encantadora. Nos cambiamos rápidamente y nos metimos al mar. Jugamos, reímos, bajo un sol deslumbrante y lleno de vida. Nos recordaba que estabamos donde queríamos estar y haciendo lo que queríamos hacer. Felicidad.
Por la tarde entablamos conversación con un sujeto que nadaba cerca de nosotros. Era de Vallarta y contandole nuestra historia dijo que podíamos acampar en la playa. Que incluso había un lugar especial donde la gente siempre acampaba. Fuimos.
Era un lugar algo íntimo, rodeado de árboles que fungían de techo. Se veía excelente para acampar. A lo lejos, el cielo parecía nublado y relámpagos lo iluminaban en veces. No recuerdo en qué momento morí.
Pero una fuerte lluvia nos despertó en la madrugada. Recuerdo que todo el suelo de la casa de campaña estaba mojado y sentía como el agua corría bajo mi espalda, bajo la casa de campaña. El viento era muy fuerte y sacudía nuestra casita. Pasamos bastante rato así hasta que todo se calmó y pudimos seguir durmiendo. Mojados.
Así luce una casa de campaña tras una intensa lluvia nocturna. Aunque nuestras casitas se llenaron de tierra y escombros, nada grave pasó. Nada que un poco de agua no quite.
Antes, al despertar, recuerdo haber abierto la casa de campaña y esto fue lo que vi.
Diganme si no es maravilloso.
Eran probablemente antes de las ocho de la mañana y seguía nublado. Amo los días nublados. Pensé que sería una buena idea caminar por la playa y me encontré un par de sorpresas.
La primera fue encontrar de la nada este tipo de estructuras naturales.
Estructuras de arena endurecida o solidificada de alguna manera. Quizá la sal haya influenciado en ello. No lo sé pero era algo muy particular y bello que nunca había presenciado.
Caminando por la playa también me encontré con tres anguilas muertas y un pez globo. Era muy temprano por lo que me parece que fui el primero. Recuerdo haberme preguntado ¿Qué influye en esto? ¿Que provoca que tras una tormenta la mayoría de las veces se encuentren peces en la orilla muertos? ¿Contaminación? ¿Fuerzas naturales? Lo cierto es que poder contemplar algo así, fue un poco extraño.
Al terminar mi caminata regrese con mis compañeros y luego de esperar a que se secaran un poco las casas de campañas, nos fuimos. Ese día recorrimos más Punta de mita y regresamos por la tarde para bañarnos en el mar.
Es algo extraordinario como te llena de felicidad la más simple de las libertades. La mar nos regalaba sus bellos paisajes a cada atardecer, recordándonos que siempre han estado ahí pero nosotros, ciegos en nuestras rutinas diarias, las desaprovechamos. Los pelícanos pescaban su cena a escasos metros de nosotros. Pude contemplar su gracia, su belleza y su agresividad al pescar. Son aves excepcionales.
A mi, que siempre me encantaron los documentales sobre animales, estar presenciando eso en vivo era algo majestuoso. Como si este tipo de cosas son por las que valiera la pena vivir.
Por la tarde conseguimos un hotel muy barato, y no es que quisiéramos comodidad si no que necesitabamos ducharnos y quitarnos la sal del cuerpo. Teníamos dos días sin bañarnos (el agua de mar y de lluvia no cuenta como baño) así que fue algo necesario. Sabíamos que era el último día en Punta de mita pues al siguiente nos reuniriamos con Israel, coordinador del campamento tortuguero, para ir a dicho lugar. Más emocionados no podíamos estar.
En aquel momento no lo sabíamos pero regresaríamos y visitaríamos las Islas Marietas meses antes de que las cerraran. Había tanto por delante aún...
Pero un viajero también tiene que descansar ¿no es cierto? Viajar y ser feliz cansa mucho, pero les puedo asegurar que no hay mejor y más gratificante cansancio que ese.
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