Volcán Paricutín | San Juan Parangaricutiro, Michoacán.



Kilómetros recorridos hasta este punto: 3,986.1 km 
Pueblos mágicos visitados: 15 pueblos.
Estados de la república visitados: 9 estados.

¿Cómo rechazar una invitación para escalar el volcán más joven de América? 

Estando en Uruapan, Jenna y Connie nos invitan para escalar el Paricutín y así es como dimos acá. Primero debimos tomar un bus para el poblado de Angahuan, donde apenas bajar del autobús dos señores con caballos nos abordan para ofrecernos un tour hacia el volcán. El paquete incluye guía más un caballo pues te explican (casi como asustándote) que la travesía podría durar muchas horas ya que son 17 kilómetros de distancia. Nosotros como mochileros austeros decidimos hacer la travesía a pie y pagamos algo así como la mitad del precio. No quisimos prescindir del guía ya que nos dijeron que muchas personas se pierden al intentar ir por su cuenta.

Cornelio, nuestro guía, nos llevó primero a su casa para recoger algunas cosas. Minutos después ya íbamos cruzando el pueblo con toda mi atención puesta en la radio que se escuchaba en la plaza principal. Lo que escuchaba era dialecto. Una radio en dialecto; "que cosa más chevere" recuerdo haber pensado. Estaba en territorio purépecha por lo que seguramente eso fue lo que escuché. 



Algo que me gustó mucho fue el terreno grisaseo que predominó en todo el camino. Era como arena pero más dura, no te hundías. Más tarde me explicaron que era ceniza, claro, proveniente del volcán. El paisaje era como si estuvieras en un bosque gris. Lindo pero extraño al mismo tiempo. Todo el camino nos la pasamos conversando y aunque después del primer par de horas el cansancio empezaba a apoderarse de nosotros, seguíamos firmes.



El volcán hizo erupción en febrero de 1943, llevándose consigo los pequeños poblados de San Juan Parangaricutiro y Paricutín. La duración de la actividad del volcán tardó 9 años no habiendo ni una sola victima humana en el proceso. Como dato curioso, Juan Gabriel cuando era pequeño le tocó vivir esto ya que vivía en Parácuaro y aunque no está tan cerca del volcán, hasta allá se sintió el suceso. 



Tras casi tres horas de caminata y 17 kilometros recorridos llegamos a las faldas del volcán. Era curioso por que había una pequeña caseta en lo que parecía la entrada para poder subir y si, era para cobrar. Las personas dentro eran locales y al preguntarles por qué cobraban no me pudieron dar una respuesta satisfactoria. Para evitar problemas y como era una módica cantidad (algo así como $20 pesos), "cooperamos". Venía lo más difícil, llegar a la cima. Habíamos hecho un kilómetro cada 10 minutos. Lo más que había caminado en mi vida.

Subir fue más difícil de lo que pensaba, ya que no era tierra firme como el camino que habíamos hecho si no ceniza suelta mezclada con piedras muy difícil de escalar. Pero paso a pasito logramos llegar. ¿Que les puedo decir? Qué paisaje tan impresionante. 


Pude contemplar todo el camino que hicimos y desde esta altura parecía nada. Muy a lo lejos se podían divisar pequeños poblados que, aunado con el agradable clima, me hacían sentir maravilloso. Hasta recuerdo haber dicho que yo no creo en la iglesia ni en religiones pero que en esa ocasión lo más cercano a lo que sentía era, a estar bendecido. Bendecido de estar ahí, de estar con personas maravillosas, de estar vivo, con salud. Bendecido de tenerlo todo.

En algunas partes del volcán salía humo. Encontré un pequeño agujero en el suelo y al taparlo con mi dedo lo retiré en menos de un segundo. ¡Casi me quedo sin dedo! El vapor o humo o lo que sea que haya sido era tan fuerte que menos de un segundó bastó para sentir que me quedaba sin un dedo. Me volví más cuidadoso a raíz de ello.

Connie y Jenna, quienes nunca se quejaron del viaje y aguantaron como todas unas atletas. Chicas viajeras que recorrían el mundo juntos como hermanas y que hablaban muy bien el español.


La parte divertida del viaje fue al bajar, ya que era una camino de grava que te amortiguaba. Por esta razón bajé corriendo a toda velocidad y dando saltos como si fuera aquel lemur de mi infancia, Zaboomafoo. En tres minutos ya habíamos bajado. 




Más tarde fuimos al pueblo de San Juan Parangaricutiro, en el que solo encontramos ruinas, como era de esperar. 



Todas las rocas negras que ven, no son rocas en sí, sino lava solidificada. Vestigios del poder de la naturaleza, recordandonos que puede cambiar el destino de cientos o miles de personas en un solo día. Los pobladores pudieron desalojar a tiempo asentándose en un nuevo pueblo que llamaron Nuevo San Juan Parangaricutiro. Su lema es "el pueblo que se negó a morir". Como de película ¿a que sí?



Lo más asombroso del lugar es su altar. La lava destruyó casi en su totalidad la catedral del pueblo pero no destruyó su altar. Es más que curioso contemplar como la lava llega a las faldas del altar sin que este haya llegado a tocarlo. Recuerdo haberme sentado a contemplar esto y darle muchas vueltas pero no encontré explicación. Simplemente fue así.


De regreso compramos  quesadillas en un puesto local donde los dueños hablaban de nuevo su dialecto y yo les escuchaba fascinado. La noche cayó y exhaustos pero muy felices tomamos un camión para Uruapan. Me hubiera gustado haberme quedado más tiempo en Angahuan para conocer más sus habitantes y su lenguaje, su cultura, sus tradiciones, pero tenía el tiempo limitado. Al final está bien, esta experiencia solo sirve como aliciente para regresar y descubrir más cosas. Y es que si algo aprendí en mi viaje es que Michoacán tiene tantas cosas por descubrir que no las terminas en una sola vida.


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