Aquismón y el Sótano de las golondrinas
Otro día comenzaba y la sensación de no saber que pasaría me alebrestaba. Levantándonos muy temprano por la mañana, guardamos nuestras casas de campaña y pronto tuvimos todo listo para marcharnos, no sin antes desayunar una lata de atún y llenar nuestras botellas de agua en el nacimiento que teníamos detrás. Sí, el agua era tan pura y limpia que era totalmente potable.
Como era lógico, caminamos los 4 kilómetros por ese sendero hasta la carretera. Para nuestra sorpresa, al salir, atravesando la cerca de púas, se detuvo un camión de volteo. Ilusos pensamos que nos había visto salir de aquel lugar y se había detenido para darnos ride... pero no. Simplemente se detuvo a orinar. Que conveniente. Era un señor como de 50 años, complexión media y parecía buen tipo. ¿Qué hago? me preguntaba. ¿Me acerco y le pregunto si nos puede dar un ride? ¿O es demasiado osado y mejor me paro en la carretera a pedir ride? Es en esos momentos cuando se escribe tu futuro. También es la razón por la que no creo en el destino; esa posibilidad de elegir, de crear tu camino, es en lo que yo creo.
Acercándome lo saludé y le pregunté si nos podía dar un ride hacia Aquismón. Me dijo que iba apenas unos 20 kilómetros adelante pero que si eso nos servia, adelante. Claro que aceptamos, la cosa era avanzar. Nos trepamos arriba de la cabina del conductor y en un frenón, caí a la batea. Afortunadamente caí de pie; no quiero imaginar que hubiese pasado si no. Un rato después nos dejaron a un lado de la carretera y agradeciendo, ya estábamos a la espera del próximo ride. Esta vez tardamos más de una hora en conseguir que alguien nos llevara. Esa es precisamente una de las cosas que te pueden pasar como mochilero, puedes tardar solo segundos, como horas.
De cualquier modo, eventualmente llegamos a nuestro destino. Aquismón.
Llegando al pueblo fuimos a información turística, quien nos aconsejó apurarnos si es que queríamos ir al sótano de las golondrinas, pues el espectáculo comenzaba al atardecer y el reloj marcaba las 4 de la tarde. Preguntando, llegamos a un tipo de estación donde camionetas particulares te llevan a los pueblos cercanos y convenientemente, te dejan en la entrada del sendero que te lleva al sótano. Como era una travesía un poco larga, pensamos en un taxi, pero ninguno bajaba de 100 pesos y no podíamos (más bien no queríamos) pagar esa cantidad. Nos subimos a la primera camioneta que salió.
Es curioso, ahora que lo recuerdo, eramos los únicos "raros" en esa camioneta. Íbamos rodeados de gente local y me resultaban fascinantes. Una chica como de 18 años se animó a hablarnos, producto de su eminente curiosidad, y conversamos todo el trayecto. Yo le hacía bromas diciéndole que cuantos novios tenía, provocando que las personas se rieran disimuladamente. La gente de los pueblitos tiene un humor muy ligero. Se ríen de cualquier cosa. Me gusta pensar que se debe a su inocencia, no tan gastada como las personas que siempre han vivido en ciudad. Un señor como de 60 años era el que más llamaba mi atención, pues se reía prácticamente de todo lo que decía y era bien chusco, por que apenas y tenía 5 dientes. Los conté. Pero su sonrisa era tan real, tan majestuosa... sí, tenía 5 dientes, pero cuando lo veías reír tan despreocupadamente sin hacer ruido alguno, infundía en ti cuestionarte el concepto de felicidad.
La camioneta se detuvo de repente. "Sigan ese camino rojo y llegan al sótano" nos dijeron. Bajamos y nos acomodamos las mochilas.
Este es un claro ejemplo de como cometer un error mochilero. Al principio del camino rojo hay un señalamiento que dice "Sótano de las golondrinas 3 kilómetros" nos pareció una distancia muy corta y decidimos hacerla a pie. Bastó recorrer 200 metros para darnos cuenta que habíamos cometido un error. 3 kilómetros no es gran cosa, pero desconocíamos que hacer esa distancia en subida (una muy inclinada) era la muerte. Nuestras mochilas se convirtieron por primera vez, en nuestro peor enemigo. Pesaban tanto que cada paso era un suplicio. A veces la gravedad puede ser un terrible aliado. Todos, absolutamente todos subían en carro, algunos en moto pero ningún loco a pie. Tan solo 1 kilómetros después estábamos abatidos. Totalmente abatidos.
Con un esfuerzo titánico digno de cualquier maratonista llegamos a unión de Guadalupe, un pueblito de apenas unas cuantas casas en donde se encuentra el sótano. Con boleto comprado ahora nos tocaba bajar cerca de 500 escalones. Sí, también los conté y mientras, sufría al pensar como iba a doler subir esos mismos escalones con mi pesada mochila... Ya en el lugar, había un kiosko de madera bastante bonito donde estaban dos mochilas casi tan grandes como las de nosotros. Habíamos encontrado mochileros y eso nos emocionaba. Bajamos hasta el cráter y por fin, el impresionante sótano de las golondrinas.
Con 512 metros de profundidad, es considerado mundialmente como la caverna vertical más bella del planeta. Ademas de ser una de las 13 maravillas naturales de México. Estar aquí, contemplando el paisaje y ver a miles de aves entrando y saliendo a toda velocidad es una delicia. Algo que debes ver antes de morir, definitivamente.
Aquí conocimos a un alemán que también era mochilero y cargaba hasta con ollas y sartenes. Hablaba muy bien el español y era capaz de alburearte. Ja! ¿Alburear a un jarocho? Buena suerte amigo. El alemán resultó muy agradable y nos contaba su viaje de más de un año por el país. Ademas de relatarnos como las personas se portaban bien con él y a veces hasta le regalaban dinero. Él solo reafirmaba lo que yo ya pensaba cuando inicié este viaje. Los buenos somos más.
Esa noche hicimos una fogata junto con una joven pareja mochilera de Los cabos. Platicamos de lo más lindo sobre nuestros viajes y compartimos experiencias. El alemán sacó frijolitos que le habían regalado y con tortillas, fue lo que cenó. Recuerdo bien esa fogata, fue tan amena y podías sentir tan buena vibra en el aire, que fue como mi Teotihuacán.
Feliz por todo lo que había pasado en el día, solo cené besos de Ximena... fue suficiente para mi.
Leave a Comment