Mazamitla, Jalisco.

Mazamitla, sexto pueblo mágico que visitabamos. Hasta este punto 1828 km recorridos únicamente de ride. 
Indiscutiblemente, Mazamitla es uno de mis lugares favoritos en el viaje, pues tiene un espléndido clima templado del cual soy acérrimo fan. Arribamos a este bello pueblo como sardinas, literalmente. Pues un ford fiesta se detuvo por nosotros pero al ver que eramos tres y con semejantes mochilas dudó un poco. Aunado a que ya iban 3 pasajeros la cosa se complicaba pero para fortuna nuestra aceptaron y aunque apretados, llegamos.

Apenas entrar al pueblo notamos la belleza pero captó nuestra atención la música que provenía del kiosco y lo que parecían bailes folklóricos.  Ciertamente a mi no me gusta bailar pero sí que disfruto los bailes tradicionales.
Siendo un pueblo colonial, Mazamitla te invita a recorrer sus calles empedradas y descubrir sus bellas casas con techos de tejas. Muros blancos por doquier captarán tus ojos, sobre todo la parroquia de San Cristóbal.
 La palabra Mazamitla proviene del náhuatl; es la unión de los vocablos "mazatl" (venado), "mitl" (Flecha), "tlan" (lugar). Lo cual tiene todo el sentido del mundo puesto que es una zona boscosa donde probablemente hubo mucha fauna de este tipo. 

Oscar contactó a su amiga Jimena, residente de Mazamitla y tras una larga plática se ofreció a llevarnos al cerro del Chacal para que allá pudiéramos acampar, pasar la noche y de paso perdernos a medio bosque. Su hermano, (del cual no recuerdo el nombre) manejaba el jeep como si fuera conductor de rally profesional. No lo hacía mal, de hecho yo me divertía, pero eso no desaparecía el dejo de que en cualquier momento nos volcaramos debido a lo fangoso del camino. Nada pasó y solo quedo en una divertida experiencia.
Una última foto antes de despedir a Jimena y su hermano.
Nos dejaron en las faldas de un cerro pues era lo más que podía llegar el jeep. Caminamos  algo así como dos kilómetros. He de mencionar que subir un cerro con una mochila tan pesada es una tarea titánica, pero ahora ya estabamos más preparados, a diferencia de cuando subimos al sótano de las golondrinas en San Luis Potosí. La libramos mejor esta vez. 

Caminar por este lugar era algo que nunca había experimentado.  No había sendero alguno y toda planta me daba, al menos, a la rodilla. Era un azar pues uno siempre se arriesga a ser picado o mordido por algo. Curiosamente la vegetación parecía defenderse pues por donde sea que pasaramos las plantas mostraban sus espinas. Grandes espinas. Un camino tortuoso a ratos, pero indudablemente satisfactorio. Cruzando un tronco que hacía de puente, llegamos a nuestro destino. 

Esta parte de la historia se llama Neblina.  

Ciertamente me resulta difícil plasmar en letras el sentimiento que inundó mi cuerpo cuando llegamos. Estamos a kilómetros de cualquier persona, muy dentro del bosque y  no había ruido alguno. Todo era calmo, sosiego. Como si la vida misma se detuviera; incluso en los arboles. Las hojas no se movían. A lo lejos, el sonido de lo que parecía una campana de esas que cuelgan en los cuellos de las vacas.  Si habría un paisaje que reflejara lo que es la soledad y la desdicha, sería así. 
Más tarde y con frío, Oscar y yo partimos en busca de leña para hacer una fogata. Aprendí una sola cosa valiosa de los bosques con niebla; todo es húmedo. No encontrarás nada seco y per se, no podrás hacer una fogata. Intentamos recolectar las ramas más secas que pudimos e incluso utilizamos perfume (porque es a base de alcohol) para que nos diera una ayuda extra. No funcionó.  Esa noche dormimos sin fogata y escuchando ruidos extraños por todas partes. Los habitantes del bosque saliendo a divertirse, supongo. 
Asumí que si no los molestamos ellos tampoco tendrían razón de hacerlo. Y así fue.
Al día siguiente el astro rey llegó débil y tarde, por lo que atrasó un poco nuestra partida ya que teníamos que esperar a que se secaran las cosas. Tras un buen rato todo estaba listo y partimos hacia Mazamitla de nuevo. Ahora nos tocaba hacer el camino a pie.
No hay nada como caminar por el bosque. Son de esas experiencias únicas que no se pueden contar, necesitas vivirlas. Caminar a paso lento o rápido disfrutando esos paisajes que en carro o moto no son posibles contemplar evoca en ti mucho más que sentirte vivo. Es algo interno, una especie de espiritualidad que no puedes compartir con nadie más. Es tuyo.
Uno que tan acostumbrado está a la ciudad no se cree lo que ve. Ni siquiera en la noche la ciudad duerme. Siempre hay ruido por lo cual tener este tipo de silencio y tranquilidad te cambia la mente, la vida. Te hace cuestionarte cosas que de otro modo no te hubieras cuestionado. ¿Qué es la vida en realidad y que estoy haciendo para no desperdiciarla? Estar aquí, me respondí.
Es invariablemente positivo llenarse los pulmones de oxígeno puro. El cuerpo se siente mejor, tu estado de ánimo mejora y uno se siente contento sin razón aparente. Considero realmente imperativo el salir al menos una vez por año a algún lugar natural, con el fin de llenarse los pulmones de aire fresco. No sabes que bien le hace al cuerpo.

Después de ocho kilómetros y una muy larga caminata llegamos a Mazamitla de nuevo. Nos metimos al mercado (Ximena siempre amó los mercados) y comimos para poder partir hacia Jiquilpan con el estómago lleno. 

Antes de abandonar el mercado pude apreciar que cada local tenía su letrero parecido pero a su vez único. Era un pedazo del tronco de un árbol cortado de manera transversal y en forma de ovalo, barnizado además. Del mismo diseño pero distintos nombres, los letreros eran algo muy chevere que distinguía ese mercado de otros. 

Dejando Mazamitla atrás, partimos hacia Jiquilpan.




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