Susticacán, Zacatecas.
Susticacán, un pueblito a menos de 20 km de Jeréz. Fuimos ahí por recomendación de Elvia y su mamá. Con la fama de ser un pueblito tremendamente tranquilo, limpio y con una bonita presa, no podíamos dejarla pasar.
Dos rides después, una bonita entrada nos invitaba a descubrir el pueblo.
Apenas llegar, nos dimos cuenta que hacía honor a su reputación. No había nadie en las calles. Resulta extraño que siendo un pueblo tan bonito no haya nadie caminando por ahí. Solo un rato después un señor de muy avanzada edad pasó cerca de nosotros y al mirar nuestras mochilas, se acercó lentamente. No recuerdo el nombre del señor pero si recuerdo que tenía más de 80 años. Usaba bastón. Era difícil que nos entendiera, debíamos repetir las cosas dos o tres veces y hasta gritarlo, pero valía la pena. El señor nos contaba anécdotas y sonreía cuando le decíamos que éramos viajeros. Nos dijo para donde quedaba la presa y sin tener donde dormir, nos pareció buena idea tirar carpa allá.
Ciertamente Susticacán es un pueblito muy bello y sobre todo, limpio. No me resultaría extraño que con un poco más de apoyo, se convierta en pueblo mágico. Yendo a la presa, había una carretera y pensamos que podíamos quizá, conseguir un ride. Pero no. Terminamos caminando 7 km sin saber si estábamos yendo en la dirección correcta. Afortunadamente, sí.
Había pasto y un pequeño lago para contemplar. La noche amenazaba con caer y gotas pequeñas caían del cielo. Nos preocupamos. ¿Y si llovía tan fuerte que hiciera llegar el agua de la presa hasta las casas de campaña? Era un riesgo que no queríamos tomar y afortunadamente había una casa pequeña abandonada muy cerca. Pero traíamos exactamente 200 ml de agua. Debíamos conseguir más. Había gente en la presa, turistas locales que llevaban a sus hijos a pasar una tarde agradable o simplemente a caminar. Probamos suerte con unas personas pero no tenían agua, tenían cerveza. Muy amables nos invitaron y es que cuando te invitan un cerveza, tu no puedes rechazarla.
Cuando ya no hubo nadie en la presa, movimos las casas de campaña a aquella casita abandonada. Estaba sucia y muy descuidada. El piso estaba muy frío y bueno, al menos tenía techo. Personalmente me sentí agradecido de tener ese techo, no importaba lo sucio que estuviera.
La casita tenía un pequeño corredor con techo y desde ahí nos sentamos los tres a platicar de cosas tribales. Más tarde pudimos disfrutar de un espectaculo poco usual; una tormenta electrica. Sí, lo sé, que una tormenta eléctrica las hay donde quiera, pero esta era especial. Estábamos a un par de kilómetros del pueblo más cercano y no había señal alguna de luz eléctrica. Estábamos en oscuridad total. Solo ocasionalmente usamos la linterna para buscar algo en la mochila, pero estar ahí viendo semejante espectaculo, sintiendo ese miedo innato a la oscuridad es, creanme, de otro mundo.
Por primera vez en mi vida me sentí alegre de no tener electricidad. Me sentía vivo; vulnerable.
Decidimos dormir cerca de la una de la mañana. A eso de las tres de la mañana, me despierta una canción de AC/DC. ¿Qué rayos? recuerdo haber pensado. Me despierto estrepitosamente y con sumo cuidado abro la casa de campaña para ver que pasa. Alcanzo a visualizar un carro con las luces encendidas y cuatro personas. Me quedo callado y escucho a dos mujeres y dos hombres. Latas, AC/DC, risas. Seguro son jovenes teniendo una noche de diversión, solo eso. Supongo que nunca se dieron cuenta de nuestra presencia pues nunca entraron a la casa, se limitaron a quedarse en el pequeño corredor. Por si acaso me quedé despierto hasta que se fueran, 1 hora después.
Al día siguiente planeamos, tentativamente, nuestra ruta. De Susticacán a Colotlán, Tlaltenango, Teúl y terminar en Guadalajara. ¿Donde dormiriamos o cómo llegaríamos? No tenía ni idea, pero eso era lo que me motivaba. La emoción en todo su esplendor.
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